martes, enero 31, 2006

furtivos hominum vident amores*



Bruno Marcos


Bastan algunos días sin recorrer el centro para que la ciudad se te vaya de las manos. Estás cansado de ella, la desprecias, la olvidas y, de pronto, está ahí, distinta, desposeyéndote de lo que creías tuyo y ya es nada.
Pensabas –un poco absurdamente- que ya conocías, que deberías conocer a todo el mundo de tu ciudad y te plantas en el asfalto y ves pasar a ancianos, niños, hombre, mujeres y perros, y no conoces a nadie. Notas que la ciudad está al margen de tu desgaste, que se renueva. Corren los niños, cagan los perros, ponen nuevas tiendas... y van dos, enfrente de ti, y se besan. Tú piensas: ¿Pero de dónde han salido estos? A las seis de la tarde, en plena calle, se paran aquí a besarse. Y entonces empiezas a pensar que el raro eres tú, que llevas transitando por las mismas calles que te llevan a los mismos sitios estúpidos y aburridos no sé cuantos años y entonces te acuerdas del tonto de Baudelaire, paseando por París, creyéndose que era la mar de elegante sin tener que trabajar, alucinando con los escaparates. Y luego te paras y miras al cielo y contemplas las nubes, las grandes olvidadas, y son la naturaleza cambiante que corona tu ciudad. Como un paisaje gratuito nos enmarcan, nos ven pasear, correr hacia algunos compromisos que detestamos y que, a buen seguro, nos hemos inventado. Y detrás del azul la nada, como decían los atolondrados personajes egoístas de Paul Bowles en El cielo protector. El azul, las nubes, fingiendo un bello y apacible mar hermoso, ocultan el infinito abismo sideral, la oscuridad, la nada. Si todo ese cielo es sólo nuestro reflejo donde se dispersa la luz que se refleja hasta crear su azul, ¿no nos miran las estrellas?¿ las sidera multa que dijera Catulo?¿ no observa la negritud inmensa del espacio a esos tontos besándose, furtivos hominum vident amores, esos furtivos amores de los hombres?

*Emitido el 8 de Marzo de 2006 a las 19 horas en DobleV radio. FM 100.3. León.

lunes, enero 30, 2006

CAMPANELLA











Bruno Marcos

Ya sabía yo que no podía ser que a mí me gustase algo de prime time. Llevaba apenas dos o tres capítulos y la serie de Campanella, Vientos de agua, fue desterrada a las tantas del viernes. Y gracias que no la quitaron del todo. La detestable democracia va dando cada vez más muestras de lo imbécil que es la plebe.
Resulta que Campanella me entusiasma, El hijo de la novia y Luna de Avellaneda, me han hecho pensar que me gustaría irme a vivir a la Argentina –seguramente quería pensar en irme a vivir a las películas de Campanella-. Nada que ver con la pedantería asociada a lo argentino.
Hay algo encantador en los films de Campanella, una posición muy actual, muy como creo que soy yo ahora. Uno piensa que se trata de un país pasado al completo por el psicoanálisis y que, incluso, ya lo ve como un tópico atorrante. Sus personajes están al final de alguna utopía desfasada, exprimiendo sus restos y fracasando, acosados por la idea de sucumbir a un vivir acomodado y con dinero. Pero lo que aflora es una sentimentalidad auténtica en sus propias contradicciones, todo tan humano. Lo más maravillante son los diálogos, la agilidad –no sé si será gracias al casting o al guión o ambas cosas- para transformar todo encuentro en trascendental y sentimental.
Muchas veces he pensado en lo peculiares que son los argentinos y, últimamente, he elaborado la teoría de los italianos: el acento, algunas palabras, gestos y el temperamento parecen la mezcla de los italianos con nosotros, como si los argentinos fueran italianos que hablan español.
Lo más increíble y hermoso de estas películas y de la serie es el diálogo intergeneracional. Sin ir más lejos, en el último capítulo... yo no me imagino a mi mujer diciéndole a mi padre “Está muy claro, Bruno se pasó toda la noche de joda... “

domingo, enero 29, 2006

PAPÁ SUÁREZ



BRUNO MARCOS
Algunos periodistas comentaban -no sé por qué- algo sobre Suárez. Casi todos admitían haber sido muy duros con él. Unos creían que dimitió por evitar el golpe de estado, otros insinuaban que era incompetente en una circunstancia de normalidad democrática; y, en medio de eso, Pedro J. se crea a sí mismo una gran expectación, como si fuera a decir la gran cosa, y suelta: “¡Qué atractivo era ese hombre!”. Recién dicho pensé : “¡Qué estupidez!”. Vino a mi mente toda la leyenda de aquella negra defecándole encima. Sin embargo, más tarde, en otro canal, apareció en la pantalla Alberto Closas y recordé lo mucho que se me parecía a Suárez desde siempre y, ambos, a mi propio padre. Cavilé: “Tal vez el rey le escogió porque se parecía a Alberto Closas, el papá de la Familia. España era una familia, una familia numerosa y Suárez, en el inconsciente colectivo, pasaría por ser nuestro papá para la transición”.
Pedro J. siempre me ha resultado enigmático psicológicamente. Recuerdo que una vez conocí a su cuñada. Entró sola en una exposición mía dando tumbos de un lado a otro. Iba hacia las obras como sin verlas. Se topó conmigo y me debió confundir con el galerista: “Mira esta es mi tarjeta, me gustaría trabajar contigo, hago cosas muy buenas...” No me hizo falta leer los apellidos, el parecido con su hermana era grande aunque ella era más ligera, más niña.
Leí un libro del que fue su marido, Daniel Múgica. Me gustó como empezaba. Era autobiográfico, una autobiografía abreviada. Además comenzaba en la ciudad de su infancia que también fue la mía. Escribe: “Es una ciudad de cuento de hadas que aloja el mar y que ha madurado sobre el mar y la violencia.” El libro, después, se va desdibujando en lo que parece ser su verdadera vida que tiende al desorden, pero, ¿la de quién no? Voy por el libro, me lo regaló mi hermana y tiene una dedicatoria que ahora no sé interpretar: “La vida y la muerte, la vida a partir de la muerte. Temas recurrentes de la creación artística. También en este libro. Disfrútalos.” Miro la solapa y veo que sólo tiene tres años más que yo y me parece que, al menos, debía haber tenido diez. Poco a poco te vas dando cuenta de que todo el mundo que es más visible que tú te parece mayor, no sé, tal vez sea ese infantil deseo de ser famoso y fantasearse más joven sea una prórroga.

martes, enero 24, 2006

LA VUELTA AL UNIVERSO



Bruno Marcos

Algunas quejas por el abandono del blog me hacen replantearme volver a él y a sus pequeños pensamientos.
A. aparece, momentos antes de ser deglutido y dotado de un poder muy peculiar. Ha tenido la astucia de colocarse en el foco del cuadro allí donde el horror vacui de los mass media recluta a los más despistados productores de algo. Muy simbólicamente se puso delante de una cámara a grabar a una cámara. Al final, el tautológico arte conceptual le ha servido para algo.
Le digo que está a punto de ser absorbido por la imagen que creó para sí mismo y me ataca con lo del blog, que es que yo quiero reducir -o ampliar- a todo bicho viviente a personaje.
Como buena víctima se resiste, incluso, a ser personaje literario. ¿Qué hay de malo en ello? Ya les gustaría a muchos. Y va y me dice: “he leído tus últimos blogs, ¿y esa nostalgia?”. ¿En qué mundo vivimos, señores, en el que la nostalgia es un sentimiento extraño por el cual se pregunta como si fuera más incómoda su irrupción en la cotidianeidad que la de la ira o el odio? En fin, que no tuve respuesta.
Dice que el OVNI piensa triunfar con una acción invasora de niños artistas banales, frescos, exóticos y desconocidos, que quedarán sellados de por vida con el marchamo extraterrestre. Está convencido de que lo lograrán por tratarse de una operación de marketing probada en un solo individuo. Yo creo que lo único que se propone es –será- gestionar la ansiedad. El mercado está lleno de ansiedad. ¿Qué quedará a cien, a mil años vista de estas aventuras? ¿Acaso personajes literarios? Pero, él me podría contestar como el de r., cuando le digo que su romanticismo por el libro, como objeto, le impide asomarse a las cosas más fascinantes que están ocurriendo ahora y que –según yo- son las que pasan en internet,: “...¿qué me importa a mí? –dice- ...que el libro no existirá dentro de cien años, para entonces, estaré criando malvas”. Yo le respondo: “Todos tus libros los llevarán no a una biblioteca sino a un museo, y no para leerlos sino para verlos, para mirarlos como una cosa rara que leía uno que además era de r.” Me acusa de ser más malo que Rastriello, el de los diarios.
Minutos más tarde subo y encuentro a una alumna en el pasillo y me dice que él la ha expulsado. Voy al aula, abro de golpe y le sorprendo con las manos en la masa: mi blog abierto, la ventanita de los comentarios también abierta, media frase escrita y los dedos en el aire, congelados por el susto. De pronto, entre inconscientes carcajadas, toda la distancia literaria recortada hasta desaparecer en brazos del espacio, toda la magia evaporada como en un acto de puro vitalismo que, incluso Heideggerianamente, nos devuelve al ser y al tiempo. ¿Sería, en nuestras pequeñas vidas cotidianas y estrafalarias, el -tan cacareado por mí- fin de la literatura,de todas las artes? Encontrarse el escritor y su comentarista en el mismo espacio y en el mismo tiempo: Dos hombres para decirse algo dando toda la vuelta al universo.

domingo, enero 22, 2006

MI BOHEMIA



Bruno Marcos

Recuerdo que la primera vez que le vi en televisión tendríamos él y yo 27 o 28 años y me sorprendió lo que dijo, una frase que escuché aislada: “Yo siempre he dicho que la literatura es...” Y resulta que era la primera vez que salía en la tele y que no podía haber estado siempre diciendo algo, lo que fuera, porque era un crío. Entonces me angustió la idea de que él parecía querer ser un anciano, hablaba como un abuelo cuando nosotros andábamos -como locos- aferrados a la juventud, intentando exprimirla.
Recuerdo que, en alguna ocasión muy inmerso en lecturas, en la adolescencia, sentí, esporádica e inexplicablemente, de pronto, esa pulsión de querer ser un anciano con una enorme biografía a las espaldas. Ahora veo que, tal vez, sea una forma de expresar todo lo contrario: un deseo de experiencias.
También eso me hizo recordar una escena de El Desencanto, la película de los Panero, cuando la madre rememoraba su primer paseo por Astorga, recién casada, y le dijo a su marido: “Me imagino a nosotros, en esta calle, ancianos, después de muchos años.” A mí me chocaba esa proyección hacia el fin, hacia el ocaso, como una imagen reconfortante y placentera, pero ahora veo que se trataba de un deseo de vivir, de vivir con la seguridad que debe dar ver el futuro como un tiempo realizado.
Como de Prada estudió en Salamanca en los mismos años que yo, de pronto, todo el mundo le había conocido. Casi todos los del colegio mayor. El molle, un poco desconcertado, decía de él: “No salía nada por la noche y cuando salía se cogía una borracheras infames...” Y eso nos hacía desistir del mundo de la fama cultural porque nuestro sancta sanctorum noctívago era intocable.
Acabo de leer Coños y Las Máscaras del Héroe. En la primera hay imaginación y humor bien narrados y, en el segundo, un recorrido cruel por los personajes bohemios madrileños de principios de siglo. Ningún personaje prospera, son todo recortes grotescos con la misma mecánica psicológica y el soniquete de la prosa cansa. Parece que quisiera hacer un esperpento como el de Valle en Luces de Bohemia y le sobra todo el libro. Luces de Bohemia –mucho más brevemente y con infinito más acierto- refleja esa contradicción entre los grandes ideales de los pobres literatos y la mezquindad cotidiana, el fracaso y el sueño roto trufados de contradicciones. Luces me gusta mucho pero me pone siempre muy triste. Lo mismo ocurría con Adares. También de Prada le dedicó un artículo. Adares era un poeta bohemio salmantino que se colocaba en el corrillo de la Plaza Mayor. Barba larga blanca y visera. Sobre los escalones de piedra ponía en venta sus libritos de poesía. Siempre de resaca íbamos al café que había a sus espaldas. El Calvo repetía: “Yo he hablado con él y tiene una mala hostia de la hostia...” Murió en el 2001 con casi ochenta años. Debía tener casi setenta cuando lo veíamos. No los aparentaba.

Se lo comenté hace poco a Ella y me dio la clave: “Es normal, no te gustaba Adares porque, aunque hiciera poesía y viviese una bohemia rodeada de lo que a ti te gustaba, representaba lo que no querías llegar a ser, tu escribías y él representaba el fracaso...

viernes, enero 20, 2006

CONTRA CERVANTES



Bruno Marcos

Babieca.- Metafísico estáis.
Rocinante.- Es que no como.

La interpretación general tiende a una simplificación de el Quijote por la cual, como libro, se entiende que defiende lo utópico, es decir que el objetivo de la obra es ensalzar al Quijote, el personaje; cuando su gran intención, como libro, muy al contrario, es hacer a la gente desternillarse con sus locuras, burlarse de sus buenas intenciones al chocar con la realidad humana que no es, especialmente, malvada sino, simplemente, aburrida.
En las infinitas adaptaciones que se han hecho -se hacen y se harán- de la historia del caballero andante se suele omitir la figura del narrador y, con ello, se trastoca totalmente el tono de la obra.
A la parodia general de los altos ideales le acompaña otra más feroz y, a mi juicio, que ha producido más efectos, aquella que ataca a la imaginación. Véase ese sacrilegio, innumerables veces aplaudido, de la quema de libros.
Ese fuego lo inició el corrosivo realismo que se implantó en la España de la crisis posterior a la euforia del descubrimiento de América y que ya no nos ha abandonado.
El sentido bio-heroico de la vida toma cuerpo en la propia biografía de Cervantes, narrada al detalle pero sin comentar cómo el genio pasa de ser un hombre de acción a ser un hombre de letras. ¿Cuál fue esa circunstancia? Sin duda alguien -muchos- la habrá teorizado.
Responde nuestro autor a Avellaneda en el prólogo de la segunda parte de el Quijote enojado, no por la usurpación de la historia, sino por dos acusaciones, la de viejo y la de manco. A esto contesta Cervantes: “lo que no he podido dejar de sentir es que me note de viejo y de manco, como si hubiera sido en mi mano haber detenido el tiempo, que no pasase por mí, o si mi manquedad hubiera nacido en alguna taberna sino en la más alta ocasión que vieron los siglos”. Su propia heroicidad, demostrada en la batalla en la que sale, aun con fiebre, al combate y en las innumerables fugas que acaudilla en el cautiverio de Argel -si fueran en su totalidad cosas ciertas-, demuestran que nuestro escritor era, o había sido, en cierto modo, un Quijote de la España decadente.
El Lazarillo de Tormes, La Celestina, El Buscón, el esperpento de Valle, ¿qué son sino las cimas de nuestra literatura y, además, una literatura realista hasta las heces?¿Hasta qué punto esa pulsión realista era un contrapeso a la religiosidad profunda de nuestra piel de toro?¿Pero, incluso, no ha sido esa religiosidad, también, como dice Valle, en España, una figuración chabacanamente figurativa, visual, realista: “La Vida es un magro puchero, la Muerte, una carantoña ensabanada que enseña los dientes; el Infierno, un calderón de aceite albando donde los pecadores se achicharran como boquerones, el Cielo, un kermés sin obscenidades a donde, con permiso del párroco, pueden asistir la Hijas de María.”
Así, en el paso del Cervantes héroe al Cervantes literato, se fueron nuestras fantasías. La suplantación del acontecimiento por su parodia abre esa metaliteratura que rezuma en el Quijote (Cide Hamete Benegeli, las querellas con Avellaneda, el saberse los personajes ya personajes...) y que, junto con el distanciamiento y la intraliteratura (digresión), serán lo que ocupe el lugar de la imaginación imaginativa para erigirse en esa otra imaginación que, un poco despegadamente, llamamos, hoy, ficción.
¿No se habrá convertido ese duro realismo en un patología en sí mismo que imposibilita la mejora de la vida “real” haciendo uso de la imaginación?

domingo, enero 15, 2006

El Quijote en la Postmodernidad. El futuro de la novela*
















Bruno Marcos

Hace tiempo que asistimos a la decadencia de las artes, la permanente crisis de la pintura, la deriva sin rumbo de la vanguardia, y, en general, la franca debilidad intelectual del arte contemporáneo. También vemos a la filosofía disolverse en la sociología y a la poesía retirarse de la conciencia de la época.
Sin embargo, sorprende ver con qué vitalidad transita la novela por el escaparate de las actividades culturales. Se da en el género una cuantiosa creatividad, un negocio productivo y la presencia de los novelistas es importante en los medios de comunicación y en la vida pública. Ante tal vigor nos asaltan algunos interrogantes: ¿Será la novela, como algunos dicen, tan sólo un entretenimiento?¿Ocurrirá que, tal vez, no sea, ni siquiera, literatura?
Pero, quizá, la cuestión a contemplar no sea si la novela comulga o no con la cultura del espectáculo, con las liturgias de la banalidad que quieren convertirse en el escenario de nuestras vidas, sino, más bien, pensar por qué nos gustan tanto las novelas, por qué seguimos leyéndolas y por qué seguimos escribiéndolas.
Cada civilización ha tenido su expresión artística preferida: Egipto la arquitectura o el Renacimiento la pintura. ¿Qué significaría, entonces, que hoy la novela fuera la principal de las artes de nuestro tiempo?
Se podría objetar que no es así, que el cine la gana, pero no debemos dejar de ver al cine como una ampliación técnica de la novela, ya que este optó, mayoritariamente, por lo narrativo, por la ficción del montaje y la elipsis temporal, en lugar de escoger el cientificismo óptico o el documentalismo aséptico y neutro con el que había aparecido en manos de sus inventores, los hermanos Lumière, y obras suyas como La llegada del tren o La salida de los obreros de la fábrica.
Es así que la adopción de lo novelesco por parte del cine viene a confirmar que la época moderna elige como género principal la narrativa. Es la novela, sin duda, el género de la Modernidad y, también, de su epílogo, la Postmodernidad. Hasta tal punto es de esta manera que en el término “novela” parece ir incluido el otro de “moderna” como si sólo hubiera novelas modernas. De ahí que al decir que el Quijote, tal vez, sea la mejor novela moderna esto sea equivalente a decir que fuera la mejor novela de todas.
¿Pero había novelas que no fuesen modernas?¿Qué ocurre con, por ejemplo, La divina comedia? La consideramos, más bien, un poema fantástico aunque la leamos como una novela. Lo mismo podemos decir de la Biblia.
Es sabido que la época Moderna instauró, en el centro de la inteligencia, a la razón expulsando del presente todo lo que no era pensable por ella. Sin embargo permitió a las grandes obras del pasado que nos siguieran maravillando como algo exótico mientras se iba desencantando paulatinamente el mundo. No olvidemos que el Quijote surgió como una empresa de descrédito de la fantasía –las novelas de caballería-.
La capacidad de la novela para gestionar, con más verosimilitud que ningún otro género, el realismo ha hecho que sobreviva, magníficamente, frente al derrumbe estrepitoso de todas las demás disciplinas y géneros, aunque como ellos, antes, también se ocupase de lo imaginativo.
Lo narrativo tiene un vínculo ontológico con lo real, en tanto que surge como relato de lo pasado. En la trasmisión oral de los acontecimientos ocurridos lo literario debió aparecer en el margen, en la franja abierta por la mentira, la falsificación o la pérdida accidental de la información. No en vano el tiempo verbal preferido de la novela es el pretérito. Esto propicia que la novela sea adoptada como género principal para lo moderno mientras a las demás disciplinas se las permite que sigan agonizando como ejercicios de nostalgia o como capítulos de la ejecución del espíritu mágico. Lo narrativo tiene, además del aliciente de la experiencia vicaria monitorizada por el suspense, la fuerza y la inmediatez de lo testimonial. Esto era bien conocido por las experiencias históricas de la literatura sagrada, si bien, la novela moderna no necesita encantar con lo fantástico porque pretende desencantar con lo real.
A colación de esto es que nos preguntamos: ¿Son sólo novelas las novelas modernas?¿Será, tal vez, el Quijote la mejor novela de la historia más allá de la Modernidad, cuando el desencantamiento del mundo haya concluido?¿Será la narración en sí algo significativo en el futuro, cuando el pasado, deslegitimado –como novelas de caballería-, no nos importe?
El Quijote, bajo mi punto de vista, trasciende transmutando en una grandísima obra porque, aunque sigue siendo un libro de risa, se va olvidando, a medida que avanzan las páginas, de la sátira, se aleja del esperpento, rehuye del rencor del ímpetu burlesco con el que se había iniciado y, en definitiva, porque deja de ser una novela, y, sobre todo, porque deja de ser una novela moderna para convertirse en una obra del hombre, sobre el hombre, para el hombre.
Creo que Cervantes entiende, pues, la obra, a la postre, como un humanismo. Los que sueñan son, al fin y al cabo, tanto víctimas de la fantasía cuanto de lo real. Las aspas de los molinos de viento confundidas con los brazos de los gigantes, los palos de los venteros, la lluvia de piedras de los galeotes recién liberados o las burlas de la Ínsula Barataria emergen, en el ingenio de Cervantes, para sancionar el ideal ridículo pero acaban por denunciar la crueldad del mundo. Con una extraña pirueta se invierte el sentido de la moraleja para dejar al desnudo que la realidad es deleznable, y que por ser la realidad real no se justifica. ¿Acaso no sea la locura un bien cuando esta realidad se vuelve irrespirable?¿Acaso no ha consagrado la conciencia colectiva a el Quijote, el personaje, por encima de Cervantes, el autor, al loco por encima del cuerdo?
Pero, ¿qué ocurrirá con la novela de ahora en adelante? Hoy leemos a Homero como una colección fantástica e imaginativa de acontecimientos con algún contenido moral, pero debemos recordar que, en la antigua Grecia, la educación del pueblo estaba en manos de estos textos. En la actualidad la novela no podría aguantar, ni en broma, semejante comparación. Homero nos da una visión total de su época en su literatura; la novela, desde el Quijote, ya había renunciado a esa colosal ambición, que la Ilustración quiso resolver con la enciclopedia.
Borges, en uno de sus más enigmáticos cuentos, nos describe la peripecia intelectual de un imaginario escritor que acomete la estrambótica empresa de escribir, en el siglo XX, el Quijote. En esta narración, trufada de citas metaliterarias y titulada Pierre Menard, autor del Quijote, leemos cosas como: “el Quijote —me dijo Menard— fue ante todo un libro agradable; ahora es una ocasión de brindis patriótico, de soberbia gramatical, de obscenas ediciones de lujo. La gloria es una incomprensión y quizá la peor.” “el Quijote es un libro contingente, el Quijote es innecesario. Puedo premeditar su escritura, puedo escribirlo, sin incurrir en una tautología.” “No en vano han transcurrido trescientos años, cargados de complejísimos hechos. Entre ellos, para mencionar uno solo: el mismo Quijote.”
Basten estas tres citas para constatar que la novela ha dejado de ser un absoluto para transformarse en algo fragmentario y que, de paso, se ha convertido en un tema propio de la Postmodernidad, ese estado de desilusión de la Modernidad en el que se pierde la fe en los proyectos utópicos, pero, en cuyo seno, aunque sea de forma inercial, se siguen desarrollando la razón y el desencantamiento. La Postmodernidad acoge a la novela como un efecto de ella más que como un descriptor de la época. Asume que es consubstancial a nuestro tiempo, a nuestra circunstancia, la curiosidad, incluso la curiosidad microscópica, la búsqueda de lo real hasta la obscenidad que conlleva el exceso de escena, el exceso de exposición, la excesiva observación. Tanto es así que, hoy, esa extraña curiosidad se ha vuelto la única actividad posible con lo cual tendremos narraciones –novelas o películas- para rato.
Así que, aunque, en la actualidad, se deje de aspirar a escribir novelas totales, novelas que metan el mundo dentro de ellas, es de creer que seguirán proliferando los cuentos, historias que serán cada vez más insignificantes, más nimias, más locales y personales, narraciones de los pequeños relatos que se multiplicarán en cantidad hasta el infinito, en una biblioteca enorme, afectada por el mal de archivo, donde no habrá grandes autores pero donde todos serán extremadamente interesantes. Casi todos seremos escritores de cuentos camuflados de novelas, cuentos, cada vez más cortos, hasta casi desaparecer quizá devueltos –ojalá- al ser oral y efímero como aquellos que narraban, a sus próximos, los antiguos a la luz de la hoguera, aunque esta hoguera no será otra cosa que una red mundo.


*Artículo aparecido en el Filandón del Diario de León el Domingo 15 de Enero de 2006.


viernes, enero 13, 2006

“Lo más bello es lo que se ama” Safo



Bruno Marcos

Hoy les hablé de Safo y, viviendo como vivimos en la fascinación del hecho microscópico, al decirles que amaba a otras mujeres, he cautivado su atención.
Después de leer un poema de la poetisa griega una dice: “esta lesbiana tenía sentimientos...”
“Lo más bello es lo que uno ama –les digo citándola-. ¿No es verdaderamente libre decir eso? Frente a los hombres que harían una teoría canónica de la belleza, que dirían que sólo hay una belleza única, ella dice que lo bello, lo más bello, es lo que amo.”
Alguno pone cara de no entender y les comento:”seguramente admitiréis que vuestra madre no es la mujer más guapa del mundo pero, ¿acaso no es, para vosotros, la más bella?”
Esa tremenda subjetividad les complace, les reconforta, reconcilia su presente con la historia, su previsualización de hipoteca vital a valores ajenos se retrotrae.
“Además –añado- es mucho más interesante porque, con ella, sabemos un poco de lo que las mujeres pensaron del mundo, es casi la única que habló...”
En la radio del coche, al volver, oigo un debate sobre si las mujeres pueden o no ser sacerdotisas. Una de ellas, con voz autoritaria y ahuecada, defiende su propia discriminación con una vehemencia sólo explicable desde el fanatismo; cita al Papa y a los obispos infinitamente más que a Jesucristo. La otra, con ahogada voz heterodoxa, enamora con una retahíla de nombres desconocidos de teólogas arcaicas. No puede quitarse de encima un cierto halo radiofónico de pecadora y va y cita a María Magdalena como la persona sin la cual no habría habido cristianismo. No pude acabar de oír la querella, únicamente espero que no se fuera por los derroteros del Código da Vinci.
Pienso, por un momento, en todas las mujeres de ambos hemisferios y, sin saber por qué, mi mente las visualiza creando una catedral a Gran Hermano y autoexcluyéndose de penetrar en la casa (dicen que son ellas mismas las que llaman para expulsarse).

lunes, enero 09, 2006

EL FASCISMO ES UN ARCAÍSMO













Bruno Marcos

En varias ocasiones me ha sorprendido el enfoque periodístico que se da al caso de Leni Riefenstahl. Cuentan que se trata de una cineasta de gran talento que, después de plasmar las ideas nazis en el celuloide, curiosamente, acabó siendo feliz entre tribus del Sudán que vivían como primitivos actuales.
No deja de parecerme extraño que se plantee esta evolución como un viaje desde un punto hasta el contrario. No conozco en profundidad la personalidad que tuvo Leni pero en sus fotografías se observa claramente que lo que la fascinó de la tribu nuba fue lo mismo que –seguramente- la fascinó de las ideas nazis, es decir la pureza. Los magníficos individuos, en esa ocasión, pertenecían a lo que antes habían considerado una raza inferior pero lo sustancial se mantenía, la admiración de la pureza frente a la mezcla.
Lo que cabría destacar es que variase el punto que focalizaba ese enamoramiento de la pureza, trasladándolo, desde la raza aria y el progreso del superhombre, hasta el mundo del no progreso, lo cual, por otro lado, es muy lógico ya que la pureza tiene más que ver con el origen que con el futuro, aunque los fascismos quisieran equiparar destino y origen. Las fotos de Leni siguen plasmando la fuerza -lo propio del fascismo como evolución apócrifa del vitalismo-. Elocuente, al respecto, es el ángulo en el que siempre coloca al espectador que siempre está por debajo del modelo recibiendo un fuerte rayo de sol en la cara.

De lo que tal vez se dio cuenta Leni fue de que el fascismo era un arcaísmo.

sábado, enero 07, 2006

TODA MI FAMILIA FILOSOFA (2)





Bruno Marcos

A las dos frases que me legó mi abuela y que el otro día cité se le suman innumerables que cada día expelen, sobre todo, mis padres y hermanos. La preferida de mi padre y la más repetida es: “El hombre no me sirve como base”. Y es curioso porque, esta frase no significa casi nada de lo que parece, a simple vista, dentro de su sistema filosófico. Quizás él sea el que más esperanzas ha puesto, a lo largo su vida, en el triunfo –digamos- del yo. Seguramente por eso su observación de la conducta humana le ha llevado a decir eso un tanto desencantadamente, como exhibiendo que tal filosofía deviene de un decepción. En sí la pronuncia con abatimiento, como si, en realidad, hubiera sido un gran humanista y al fin se hubiera desengañado. Pero a esta frase se le debería sobreponer una que dijera que el hombre nunca puede servir como base si lo que se pretende -como pueda ser su caso- es hacer predominar el yo.
En tanto que el hombre es entendido por él como el otro, cuando este fracasa, siempre triunfa el yo y florece a las mil maravillas. Si, como él cuenta, su padre, a su vez, en sus momentos de derrota, descargaba la culpa en los otros de forma gratuita, él, con un carisma sublimador y alegorizante enorme, extrae ese recurso psicológico para extenderlo a nivel universal.
Tal vez pueda ocurrir que, realmente visto de una forma científica, el hombre fracase continuamente y él lo certifica pero choca -en su personalidad- que fuera tan ingenuo de creer en superhombres. O, tal vez a raíz del comportamiento de su padre, la negación absoluta del otro supuso para él, lisa y llanamente, una estrategia de supervivencia ante lo irrespirable de la debacle afectiva individual.
Ni siquiera se le podría tachar de fascista en el sentido – el único que tiene- de admiración de la fuerza porque no la admira plenamente, aunque lo parezca al incluirse dentro de la belleza. Tampoco acaba de dar el paso asumiendo que, si el hombre no le vale como base, bien pudiera servirle la humanidad al completo o el conjunto de sinergias que han logrado un avance cósmico tan considerable como el nuestro. Esto último supongo que es imposible de admitir si pensamos que la suma de impulsos de individuos deleznables no puede generar nada bueno.
Más bien se le podría clasificar como un radical del yo.
De cuanto me toque de esa personalidad subsumida en la mía pueden ustedes imaginárselo: bastante.
Pero lo más asombroso que creo recordar de su filosofar fue una idea que alumbró hace ya tiempo. En ella especulaba con que la Humanidad nos reuniéramos en un desierto y nos declarásemos en huelga de hambre hasta que se apareciera Dios. No me digan que no es fascinante. ¿Cabe algo más rebelde soñado como es soñado por una mente que no ha leído ni leerá jamás a existencialista alguno? ¿Cabe una conciencia de clase mayor que aquella que predica el pertenecer a la Humanidad, a los humanos frente a los animales y a los extraterrestres, a los mortales frente a los dioses? ¿Con qué poder se fuerza a ese patrón metafísico sino con la invocación a su mera conciencia, a una conciencia de Dios, a una conciencia de padre? Y, sobre todo, ¿por qué en el desierto?

miércoles, enero 04, 2006

LIBRERÍAS DE VIEJO













Bruno Marcos

Hay algo ruin, algo desagradable en las librerías de viejo. Recuerdo una que había aquí, apenas 10 metros cuadrados en forma de ángulo obtuso, la llamaban la judía y la mujer que la habitaba parecía una indigente –seguramente lo era- metida entre una escombrera de libros destartalados. Me la enseñó V., como la Biblioteca Pública, él transitaba por la ciudad con una curiosidad mucho más cosmopolita que la mía a pesar de sus muchas dioptrías. La judía, sucia, con harapos y mal encarada, trabajaba, sobre todo, el libro de texto. A mediados de los ochenta, en España, todavía se hacía eso. Creo recordar que incluso, en una ocasión, juntamos algunos libros de cursos pasados y fuimos allá a que nos humillara por dos pesetas.
No es gratuito el retrato que, en Luces de Bohemia, se hace del librovejero. Valle lo muestra timando al pobre y ciego Max Estrella, cómplice del vil Don Lati. Cuando el poetastro encolerizado baja a la tienda a deshacer el trato el viejo arpía retira del mostrador los libros ante los ojos ciegos de Max comentando que, minutos antes, ha vendido el atadijo completo. Zaratustra lo apodan y es curioso pues siempre, en estas cuevas, hago el pequeño ritual de buscar el libro de Nietzsche y -magia- lo encuentro.
Las librerías de viejo me producen una mezcla de atracción y repulsa. Esa acumulación morbosa de lecturas no son enriquecidas sino ultrajadas por el tiempo y el desdén de sus anteriores dueños. Herederos incultos, irrespetuosos con un ancestro cura o un poco ilustrado, o rateros de tres al cuarto han llevado esos libros a los anaqueles de segunda mano. Creo que, en el fondo, pienso que un país culto, civilizado, debería prohibir semejante negocio.
En realidad son sitios horribles. Una vez fui a la Cuesta de Moyano y el espectáculo era insano. Directamente los libreros me parecían mendigos, viejos despeinados, pálidos, metidos en abrigos también usados, imposibles lectores.
Leí incluso que un escritor de ahora compraba cartas, manojos de cartas personales de gente del pasado, gente normal que ya estará muerta hace lustros, gente que hablaba de su amor, de su añoranza, de sus esperanzas... No puedo quitarme esa idea de la cabeza, ¿cómo leer eso sin echarse a llorar?
Supongo que los libreros de viejo son una figura semejante a los dueños de casas de empeño o a los prestamistas, y, como ellos, siempre han tenido fama de ser gente mala. ¿A quién se le puede ocurrir querer poner una librería de viejo?
Ayer, un tanto errático por la ciudad, se me ocurrió ir alguna de ellas. La primera la desdeñé desde el escaparate porque tiene libros que aún salen nuevos al mercado y, en ella, no se sabe por qué, son más caros.
En la segunda me zambullí. No estaba mal, muy barato, libros de los sesenta que se desmoronaban al abrirlos. Los clientes entraban con peticiones peregrinas, nada bibliófilas, y el librero a todos atendía con respeto, pero a nadie daba solución, cogía los teléfonos prometiendo avisar cuando encontrase lo solicitado y nunca reconocía no tener algo. Creo que pretende dar la sensación de que lo tiene todo y que si no te lo da es por no buscarlo.
El tercero y último que visité tiene un inflado nombre que invoca a un apóstol y se encamina, con descaro, al decorativismo. Quien lo regenta aspira a ser una de las personas más intratables del reino. Le di las buenas tardes y me interné en los libros. Todos son artesanías, cuero, oro, literatura de refilón. Al poco entraron dos clientes y como yo se adentraron en la tienda. Después vino un bohemio cincuentón con coleta, barba y voz de actor. El cascarrabias se desahogaba con él: “Es que estoy en un sinvivir. Entra la gente y se pone a buscar, a mirar los libros y no puede ser –decía como tomándonos por ladrones con el simple hecho de penetrar en su antro-. Esto llegó hasta aquí.” Los clientes, con mucha menos pinta de ladrones que ellos dos, oímos toda la conversación que, adrede, elevaban para ofender o amedrentar. El bohemio que parecía tener más mundo que el ogro librero le daba la razón en todo: “Sí, sí... tienes que poner un cordón azul de terciopelo ja, ja... En Madrid fulano no sé cuantos gritaba el precio medio del libro para espantar al personal... ja, ja... “ En eso encontré un ejemplar del Quijote de Avellaneda en versión casi de tebeo por 70 euros que, en su día, costó 1,5 pesetas. Luego el ogro se fue al desván y sacó unos paquetes que contenían diez tomos encuadernados en piel roja por el bohemio. Entonces le tocó a él: “A ver qué chapuza has hecho... Mira... Esto son pegotes de cola... y este golpe... todos golpeados... Esto es inadmisible, inadmisible totalmente... Y además no me puedo enfadar contigo porque la culpa la tengo yo por confiar en ti... Es que, es que esto lo haces a posta...” No se volvió a oír la voz de actor del bohemio. Agazapado en sí mismo aguantaba el chaparrón del Zaratustra como si fuera un niño malo que había encuadernado aquellos libros –apaño descarado de falsificación perpetrada por ambos- mal a sabiendas del chubasco. Apuré el tiempo para escuchar el desenlace pero no aguanté más y me fui. Creo que mi presencia espectral saliendo aceleradamente le disuadió de golpearlo. Seguramente el muy cínico se quedó con los libros maltratados y con pegotes de cola, pero, con el chaparrón, se los pagó a mitad de precio.

martes, enero 03, 2006

MI VANGUARDIA (2)


Bruno Marcos

Pudiera parecer a alguien que invento o exagero al narrar sucesos de nuestros modernos contemporáneos pero, para despejar dudas, contemplen la imagen adjunta. Abro antesdeayer mi buzón, un poco atestado por los días de fiesta, y encuentro una postal sencilla, con unos cuantos datos de la exposición que va a inaugurar el sputnik, es decir mi antigua galería. Todo bien hasta que doy la vuelta a dicha postal y aparece lo que ustedes ven. Doy una carcajada que retumba en el portal y meto la tarjeta en el abrigo. Durante toda la noche voy enseñándosela a varios amigos en el mismo orden en el que yo la vi. Soy castigado por los dioses y algunos piensan que se trata de una obra mía, o de un autorretrato, y me recomiendan usar determinadas cremas. En fin...
El sputnik se salió de órbita hace ya algo así como cinco años. Recuerdo que nos reuníamos -toda una generación de artistas jóvenes locales- en un café de la calle ancha para ultimar los detalles de una exposición en la que al organizador, el Comisario, se le había ocurrido que trabajásemos manipulando, entre nuestra cacharrería postmoderna, obras arqueológicas salidas del propio museo antiguo de la ciudad. A la salida me quedé charlando con el Comisario. Resulta que esa misma tarde acontecía un evento que producían él y el sputnik con un músico aborigen. En esta idea pondrían en realidad los sueños de un pastor de ovejas que elucubró hacer un concierto colocando a cada animal un cencerro distinto.
A mí me habían contado que la mera nota de prensa enviada a los medios había estallado a nivel nacional y que el mismísimo Iñaqui Gabilondo había llamado para informarse del tema. Lo mejor -o lo peor- es que el progama televisivo Crónicas Marcianas, el sancta sactorum de la época, había enviado a Cárdenas a grabarlo.
-Mira que ese Cárdenas es de lo peor- le dije al Comisario-, que si viene no es lo mismo que si viene Metrópolis o el telediario de la 2, que ese se dedica a descubrir a los tontos del pueblo por toda España.
-Está controlado -me contestó-, se ha hablado con ellos y se les ha dicho que si vienen es de buenas... con seriedad.
Lo cierto es que dudé bastante antes de decidirme a salir al campo a ver aquello, y más con la fotísima lluvia que arreció inexplicablemente en el principio de ese otoño.
Al final fleté el coche con cinco entusiastas que me animaron. Paró la lluvia. Dejamos los coches y caminamos más de un kilómetro sobre el lodo. Los zapatos se iban llenando de barro que se colocaba alrededor de cada pie hasta que su propio peso hacía que se cayese al suelo. Todo empezaba a ser extraño. Había ciegos con sus bastones, niños, gente que no era del mundillo del arte, realmente mucha gente. Llegamos al punto. Al fondo un automóvil medio volcado en una zanja y al lado, contrastado sobre el verde de la pradera, de traje y con el micrófono en la mano, Cárdenas. Nadie se acercaba a él y él hacía amagos para entrevistar a la gente.
En eso comenzó el evento. Sobre una loma verde a la izquierda de nosotros aparecieron las cabezas de unas doscientas o trescientas ovejas y el pastor con un gabán verde oscuro. En ese mismo instante se desató una galerna de mil demonios: agua, viento y más agua y más viento. Abrí el paraguas y Chuchi Marciano, como un generoso amigo espontáneo, apareció a mi lado para hurtarme un poco de refugio. Le hice parar para que mirásemos, no a las ovejas, sino al público. Como si de una catástrofe en toda regla se tratara contemplamos a la gente desperdigarse en todas direcciones. Muchas personas no iban hacia el pueblo ni seguían la procesión de ovejas músicas sino que se alejaban, campo a través, hacia la nada, por los prados. En un momento dado dos mujeres, sin ninguna protección bajo el diluvio, se chocaron cambiando su dirección sin importarlas su destino. Todavía siento escalofríos al visualizarlo y pienso que alguien moriría perdido y ahogado por esos campos.
Los que quedábamos nos apiñamos. Faltaba más de un kilómetro para llegar a un pueblo habitado. Nadie miraba a las ovejas ni nada se oía de su música. El viento soplaba en contra y se llevaba la música del azar transformada en arte contemporáneo de la nada a la nada.
Al llegar al bar del pueblo era tal el fracaso que ni se comentaba. El único espectáculo había sido el de la naturaleza desatada contra el arte contemporáneo. La experiencia de estar tan desprotegidos ante los elementos era una alegoría de las nuevas órbitas en las que había comenzado a gravitar el sputnik, esas donde los navegantes fueron, poco a poco, abandonando la nave.
Ante la avalancha se agotaron los cafés. Alguien me comentó: “Bueno nosotros no lo hemos vivido tan mal porque veníamos equipados con esta ropa de pesca”. A tres o cuatro metros me divisó un artista con el que coincidí un verano construyendo, cada uno, una escultura en el Museo Fantasma.”Bruno - me dijo- ¿sabes que prendieron fuego a mi pirámide de alpacas? Hará dos meses. ¿Cómo puede haber gente así?”
Cogimos el coche y ya había anochecido, los faros iluminaban unos cuantos metros de una carretera de pueblo. Y, entonces, desde la oscuridad, hacia la zona iluminada, salieron varios brazos, varias piernas. Frené de golpe y una sombras agrisadas de lluvia, desde la negritud de la nada rural, se acercaron al coche: ¿Vais para la ciudad?¿Podéis llevarnos? Como tres de mis invitados habían huido mucho antes en otros coches pude dar asilo a tres fantasmas. Uno de ellos era un niño que decía: “Yo creía que las ovejas iban a tocar algún instrumento, una flauta o algo así, o que iban a bailar cruzando las patitas...”
Habían fletado un tren gratuito para llevar a la gente más desorientada e ingenua que vivía en la ciudad y, luego, mojados y cansados, pretendían dejarlos esperando dos horas o más a otro tren. Los descargamos en cualquier sitio de cualquier calle, alegres y contentos, calentados por la luz de las farolas, de estar en la ciudad civilizada, a salvo del arte contemporáneo.
Al día siguiente la portada de los dos periódicos locales se hacía eco de la salvaje acogida que dio la meteorología al concierto de ovejas. La sensación fue la de que lo único que había pasado es que una gran tormenta había caído sobre mucha gente, como si, en realidad, hubiéramos sido concitados para eso, para que el cielo descargase un aguacero sobre nosotros. A decir verdad tuvo gran mérito, el sputnik había conseguido producir un acontecimiento sin necesidad del arte, que no estuvo allí por ningún sitio.
Días después me contó A. que el Comisario intentó reclutarle junto a otros para crear un grupo de violentos que, por la fuerza, robaría el micrófono al tal Cárdenas.
En una noche perdida los de Crónicas, hacia las tantas, sacaron una pequeña burla, parecía que, en el fondo, les dábamos más pena que los pobres tarados de los que se mofaban. Es triste dar más pena que pozí.